Por Cira Apitz
Me dispongo a comenzar el día contando puntos. Si cada cosa que como tiene una cantidad de puntos. Solo puedo comer un máximo de 25 diarios, tomarme unas gotitas y un par de pastillitas. Todo sea por tener una figura más esbelta, pero eso es la mejor parte del día.
¿Ustedes han oído alguna vez la frase: “Para ser bella hay que ver estrellas”?
Cuando me decidí por fin - para el beneplácito de mis familiares más alérgicos a la gordura - a rebajar, jamás me imaginé que después de perder una cantidad considerable de kilos y centímetros, yo también iba a ser víctima de ese adagio de la belleza moderna.
Pues si, se ven estrellas; y lo mejor del caso que soportamos todas estas torturas, pagadas de nuestro bolsillo y con el fruto del sudor de la frente, estoicamente y hasta con gusto.
Se podría decir que la mujer moderna, o por lo menos la venezolana, se ha vuelto una masoquista en pro de la belleza y la perfección corporal.
Nosotras somos nuestras peores críticas. Si es cierto que verse y sentirse bien es bueno para la auto estima y para la salud en general; pero es que en muchos casos nos sometemos a dolorosos procedimientos cosméticos y quirúrgicos para tener una mejor figura que usamos para competir con nosotras mismas, por que a la hora de la verdad no es ni siquiera por lucirle mejor a los hombres, sino a las otras féminas. Si, así es, y si no fíjense cuando estén con un grupo de amigas en un café citadino cualquiera. Pasa un tipo con un cuerpo bien torneado de pies a cabeza, vestido a la moda y con una brillante sonrisa. Ninguna dice “te apuesto a que tiene silicona de pies a cabeza”. Pero deja que pase una chica de mucha pechonalidad con una camisa abotonada justo donde empiezan sus redondeces y un pantalón bien ajustado que resaltan unas nalgas bien formadas. ¿Qué decimos entonces? “Esa tiene implantes por todos lados, y ¡la boca! Toda inyectada”.
Suena cruel ¿verdad? Cuando un hombre gusta de una mujer no esta pensando, bueno no siempre, ¿cuantos c.c. tendrá puestos en cada una? No, a él simplemente le gustas o no; y la mayoría de las veces no le importan los cauchitos, o la barriguita resistente a los abdominales y las estrías ni las notan. A veces hasta los he oído quejarse de que los pronunciados huesos de la cadera de las flacas los molestan. Bueno, hay gustos para todos.
El hecho es que nos vestimos y arreglamos para lucirles a otras mujeres. Claro, no digo que también nos emperifollemos para que ellos nos vean lindas. Y que levante la mano la que no haya llegado a una reunión y escanée rápidamente la escena para ver como están vestidas las otras damas. No se fijan en los hombres (esos ya sabemos que llevan puesto).
Pues si, así es que tarde o temprano, las que se pueden pagar sus sesiones masoquistas lo hacen con todo gusto. Y se entregan a gruñir y las mas débiles hasta gimen, por que habemos las que lo soportamos en silencio, a ser prácticamente electrocutadas para disolver la grasa localizada, a ser casi machacadas cual milanesas para mover las grasas, puyadas de arriba abajo para eliminar la celulitis y mejorar la circulación o succionadas por otra de las tantas maquinas milagrosas creadas por la ciencia al servicio de la estética moderna. Luego nos paramos de la cama de torturas y nos enfrentamos a las dos peores: la balanza y el espejo.
¿Qué vemos ahí? A una mujer feliz luego de ser golpeada, pinchada y electrocutada; o a una aun inconforme con su cuerpo, y en consecuencia, infeliz.
Si, yo resisto con estoicismo de santa todas las torturas a las que me estoy sometiendo actualmente y sigo mi régimen alimenticio fielmente. He bajado una considerable cantidad de kilos y mi cuerpo se ve considerablemente mejor. ¿Qué por quien lo hago? Por mi, claro está, y por mi salud. Por que es un reto personal y por que, como todo ser humano, no carezco de vanidad y me gusta verme y sentirme bien. Así que seguiré viendo estrellas por un tiempo más.
Me dispongo a comenzar el día contando puntos. Si cada cosa que como tiene una cantidad de puntos. Solo puedo comer un máximo de 25 diarios, tomarme unas gotitas y un par de pastillitas. Todo sea por tener una figura más esbelta, pero eso es la mejor parte del día.
¿Ustedes han oído alguna vez la frase: “Para ser bella hay que ver estrellas”?
Cuando me decidí por fin - para el beneplácito de mis familiares más alérgicos a la gordura - a rebajar, jamás me imaginé que después de perder una cantidad considerable de kilos y centímetros, yo también iba a ser víctima de ese adagio de la belleza moderna.
Pues si, se ven estrellas; y lo mejor del caso que soportamos todas estas torturas, pagadas de nuestro bolsillo y con el fruto del sudor de la frente, estoicamente y hasta con gusto.
Se podría decir que la mujer moderna, o por lo menos la venezolana, se ha vuelto una masoquista en pro de la belleza y la perfección corporal.
Nosotras somos nuestras peores críticas. Si es cierto que verse y sentirse bien es bueno para la auto estima y para la salud en general; pero es que en muchos casos nos sometemos a dolorosos procedimientos cosméticos y quirúrgicos para tener una mejor figura que usamos para competir con nosotras mismas, por que a la hora de la verdad no es ni siquiera por lucirle mejor a los hombres, sino a las otras féminas. Si, así es, y si no fíjense cuando estén con un grupo de amigas en un café citadino cualquiera. Pasa un tipo con un cuerpo bien torneado de pies a cabeza, vestido a la moda y con una brillante sonrisa. Ninguna dice “te apuesto a que tiene silicona de pies a cabeza”. Pero deja que pase una chica de mucha pechonalidad con una camisa abotonada justo donde empiezan sus redondeces y un pantalón bien ajustado que resaltan unas nalgas bien formadas. ¿Qué decimos entonces? “Esa tiene implantes por todos lados, y ¡la boca! Toda inyectada”.
Suena cruel ¿verdad? Cuando un hombre gusta de una mujer no esta pensando, bueno no siempre, ¿cuantos c.c. tendrá puestos en cada una? No, a él simplemente le gustas o no; y la mayoría de las veces no le importan los cauchitos, o la barriguita resistente a los abdominales y las estrías ni las notan. A veces hasta los he oído quejarse de que los pronunciados huesos de la cadera de las flacas los molestan. Bueno, hay gustos para todos.
El hecho es que nos vestimos y arreglamos para lucirles a otras mujeres. Claro, no digo que también nos emperifollemos para que ellos nos vean lindas. Y que levante la mano la que no haya llegado a una reunión y escanée rápidamente la escena para ver como están vestidas las otras damas. No se fijan en los hombres (esos ya sabemos que llevan puesto).
Pues si, así es que tarde o temprano, las que se pueden pagar sus sesiones masoquistas lo hacen con todo gusto. Y se entregan a gruñir y las mas débiles hasta gimen, por que habemos las que lo soportamos en silencio, a ser prácticamente electrocutadas para disolver la grasa localizada, a ser casi machacadas cual milanesas para mover las grasas, puyadas de arriba abajo para eliminar la celulitis y mejorar la circulación o succionadas por otra de las tantas maquinas milagrosas creadas por la ciencia al servicio de la estética moderna. Luego nos paramos de la cama de torturas y nos enfrentamos a las dos peores: la balanza y el espejo.
¿Qué vemos ahí? A una mujer feliz luego de ser golpeada, pinchada y electrocutada; o a una aun inconforme con su cuerpo, y en consecuencia, infeliz.
Si, yo resisto con estoicismo de santa todas las torturas a las que me estoy sometiendo actualmente y sigo mi régimen alimenticio fielmente. He bajado una considerable cantidad de kilos y mi cuerpo se ve considerablemente mejor. ¿Qué por quien lo hago? Por mi, claro está, y por mi salud. Por que es un reto personal y por que, como todo ser humano, no carezco de vanidad y me gusta verme y sentirme bien. Así que seguiré viendo estrellas por un tiempo más.
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María Francia